LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL, OTRA GRAN PARADOJA... la otra mirada.
¿Cuáles son los campos donde aún no hay una aplicación de robótica? Hoy en día, la pregunta es a la inversa a la de hace un par de décadas, época en que comenzaba su desarrollo. En los años 90 los primeros robots que conocí fue en la industria automotriz. Eran unos brazos mecánicos programados que ayudaban y “asistían” en los procesos de ensamble y que ahora nos parecen demasiado simples. En la actualidad son tantos los campos de desarrollo y aplicación de la robótica que la sombra del desempleo parece crecer también.
Al principio los sistemas se centraban en encontrar soluciones y automatizar procesos con el objetivo de contribuir a una situación mejor para el ser humano, pero casi en seguida se empezaron a desarrollar los sistemas llamados inteligentes, sustentados en modelos matemáticos complejos, máquinas capaces de interactuar, de aprender y de predecir, ─técnica que se conoce como aprendizaje profundo─, y que constituye uno de los grandes avances en la investigación sobre inteligencia artificial y que cada vez despierta mayor interés en la ciencia y su aplicación en múltiples campos como la salud, la educación y la industria misma, pero que a su vez ha presentado una expectativa que inquieta a la humanidad al poder crear una disrupción negativa. Me refiero a que este gran avance científico y tecnológico, paradójicamente podría convertirse en una amenaza si se usa enfocado hacia el mal y sin ninguna regulación ni restricción moral y ética, así como la amenaza latente de poder crear una máquina que termine dominando al propio hombre.
Un robot con inteligencia artificial puede aprender por sí mismo. Cuenta con una base de complejos algoritmos con una enorme capacidad de almacenamiento de datos que permiten relacionar grandes volúmenes de información y con algoritmos de aprendizaje automático que se autorregulan y pueden realizar tareas equiparables a las del cerebro humano.
Las grandes corporaciones como Google, Apple y Amazon’s tienen fuertes inversiones en este campo al que ahora se ha sumado Microsoft que apuesta por la inteligencia artificial al comprar a Bonsai, una “startup” centrada en inteligencia artificial. Por igual, un número cada vez mayor de universidades y sus departamentos de investigación se han sumado a este gran campo.
Si bien los robots industriales no conocen los modales no es así con los robots que tienen aplicación en la llamada robótica social y que fueron creados para desenvolverse en entornos concurridos. Requieren de inteligencia social pues están destinados a labores con grupos humanos que prestan asistencia en forma autónoma y con capacidad de aprender de las emociones de las personas. Hay robots que se pueden ir de compras o realizar cada vez más quehaceres en oficinas o en el hogar.
El campo de la salud, tanto en la previsión, como predicción, diagnóstico y tratamiento el alcance es insospechable. En algunos países ya se utilizan para consultas de atención primaria y un equipo aplica sistemas informáticos a la asistencia médica básica para agilizarla y hacerla más eficiente. La medicina, como vengo diciendo desde hace 25 años, terminará siendo personalizada.
En el campo de la educación pronto habrá una verdadera revolución. Sin exagerar, veo la posibilidad de que los robots enseñen en forma personalizada al alumno. Por ahora ya hay robots que enseñan robótica a sus alumnos.
El robot de nombre Frog, tiene buenos modales y sabe comportarse en sitios públicos y reconocer por la cara el estado de ánimo de las personas. Nunca da la espalda, lo mira a la cara y sabe aproximarse sin invadir su espacio. Puede ser una guía de turistas y si nota que la gente se está aburriendo cambia la conversación y el lugar. Sigue las reglas básicas de civilidad. Hasta aquí es algo sorprendente, pero lo que nos deja atónitos es que sigue aprendiendo a cada minuto con sus propias vivencias. También puede adaptarse a escuelas hospitales y asilos.
La robot humanoide Sophia creada en China pero con nacionalidad árabe y que nos visitó el pasado marzo posee una inteligencia artificial tal que le permite dialogar con la gente e ir aprendiendo y adaptarse al comportamiento humano. Hay una versión que asegura, sin dar detalles, que hace dos años, amenazó con matar a todos los humanos, si pudiese.
El pequeño robot Lego se mueve como el gusano “nematodo elegans” de donde se tomaron sus 302 neuronas y 6,393 sinapsis, y se conectaron al robot a través de un programa informático.
Se concluye con facilidad que ya está cerca la fecha en que un robot se confundirá con un humano. Pero… ¿Qué sucederá si el sistema de inteligencia artificial es programado para el mal?
Por ejemplo, un grupo de investigadores del MIT ha desarrollado un algoritmo para captar sólo lo más negativo y tenebroso de la Red. De esta manera ha creado a Norman (como el protagonista de la película Psicosis), un robot psicópata, que actúa empleando esta visión como su estado normal. Luego se alimenta a la máquina con datos de personas normales para tratar de revertir el proceso. Esto está creando una gran discusión. La pregunta es por qué este afamado instituto ha creado una máquina cargada de odio.
O la nueva generación de robots sexuales, tendenciosa y ambivalente, y que la misma ciencia no avala. Por igual, hay que definir quién es el responsable de los daños que pueda causar un robot.
Además, por si algo faltase, ahora ya está disponible una plataforma de código abierto en Google para crear proyectos de inteligencia artificial http://tensorflow.org
Por otra parte, y esto nos tranquiliza, los robots aunque pueden sentir empatía y cada vez se parecen más a un cerebro humano, en realidad no piensan y sólo responden a las expectativas del programa o a las necesidades del usuario.
Pero entonces: ¿En dónde conviene centrar el análisis? ¿Hay algún límite? ¿Cómo podremos regular o limitar los aspectos morales y éticos? ¿Y los consiguientes problemas legales?
El desarrollo de la inteligencia artificial parece no tener límites y el hombre en su búsqueda frenética insaciable podría terminar por ser dominado por su propia creación, o en el mejor de los casos nos harán ver que no somos tan inteligentes como creíamos.
Un hecho innegable es que la ficción o fantasía, esa que escribió Mary Shelley, en el siglo XIX, con su obra “Frankenstein”, o Isaac Asimov en su clásico libro “Yo robot”, ya nos alcanzaron. Esperemos no encontrarnos con ellos en su versión moderna y real.
Surgen pues, inquietantes expectativas e interrogantes…