El arte de hablar, leer o escribir bien ¿qué es más difícil?... La otra mirada.
Aunque es evidente la “importancia” de hablar, escribir o leer correctamente, tal vez no lo sea tanto el afirmar que el escribir bien es más “difícil” que el hablar o leer bien.
Veamos por qué.
En principio, las tres actividades son igual de “importantes” pero no confundamos “importancia” con “dificultad” ni con “necesidad”, pues si hablamos de “necesidad” es obvio que es más “necesario” hablar que escribir. En cambio, extrañamente nos olvidamos de la lectura, limitándonos a leer casi lo indispensable sin darnos cuenta que la lectura alimenta y nutre al buen hablar y al buen escribir.
Quiero precisar que este análisis tiene un enfoque amplio y general, pero excluye a los individuos virtuosos que nacen con el don de hablar o escribir con elocuencia y brillantez. También excluye a los profesionales y especialistas en la comunicación y en la palabra escrita, quienes tienen mayor obligación de realizar bien su trabajo, aunque debo decir con sinceridad y pesar que hay un porcentaje importante que no lo hace bien y en no pocos casos lo hacen bastante mal.
Por otra parte, es absurdo que la gente subestime la necesidad de leer y en consecuencia deja de hacerlo, sin pensar que es en la lectura de donde principalmente se alimenta y se nutre nuestro cerebro para mejorar nuestra capacidad de expresarnos con propiedad y fluidez tanto oralmente como por escrito. En una encuesta reciente que hice en mi página oficial de Facebook recibí toda clase de respuestas, y aunque hubo muchas que coincidieron con mi análisis la mayoría opinó que hablar es más difícil, lo cual no es así. Me refiero, desde luego, a hablar o escribir con propiedad.
Aprendemos a hablar en forma natural casi desde el seno materno y luego en nuestra infancia; más tarde, en la escuela aprendemos a leer y escribir, y es aquí donde la influencia familiar resulta fundamental para despertar en el infante el placer de la lectura. Años después ya en la adolescencia, de nosotros depende el seguir progresando en el uso apropiado del lenguaje por lo que es esencial ponernos a leer, y si lo hacemos con interés y disciplina se abrirá, como un abanico, nuestra capacidad de expresarnos de manera oral aunque no así de forma escrita, lo cual no es por falta de capacidad o aptitud sino por falta de práctica. Y es que la necesidad de comunicarnos verbalmente rebasa con mucho a la necesidad de la comunicación escrita y aquí es donde está la principal respuesta al por qué nos resulta más difícil escribir que leer: ¡Porque no lo practicamos! ¡Porque no escribimos!
Hay otras razones, entre las cuales destaca el que uno pone más cuidado al escribir y luego revisar lo escrito lo cual lo hace un proceso más lento y difícil. No así al hablar que lo hacemos “normalmente” en forma descuidada y sin preocupamos por mejorar, y como no leemos caemos en un círculo vicioso y terminamos hablando con demasiados vicios, muletillas, redundancias, etcétera, pero particularmente con un vocabulario limitado.
Con la llegada de las redes sociales la gente se puso a escribir y se pensó erróneamente que esta tendencia iba a ser positiva y benéfica, pero no fue así, pues el tiempo demostró que no tenemos el hábito de revisar los correos electrónicos, y lo que escribimos en FB y Twitter se distingue por lo general por su pobreza de lenguaje. Por igual los mensajes por WhatsApp han sido un retroceso.
En países con alto desarrollo donde se lee en promedio 25 libros o más por persona por año, la capacidad expresiva crece proporcionalmente, pero sabido es que México es uno de los países con menor índice de lectura. Un dato preocupante es que aunque nuestro idioma tiene casi 300 mil palabras, el léxico o vocabulario promedio de la población es ínfimo, siendo de 300 a 400 palabras para una persona común con preparación básica y de 3,000 palabras o un poco más para los individuos con estudios profesionales o posgrado. Una referencia obligada es “El Quijote” de Cervantes, libro que contiene unas 23,000 palabras diferentes.
En contraste, cuando uno domina el idioma, puede corregir la sintaxis y hasta los errores sutiles tanto cuando escuchamos como cuando leemos, incluyendo el advertir errores de una mala traducción. Aquí habremos alcanzado el grado de experto, que es cuando uno se distingue por la versatilidad para expresarse con propiedad, elegancia y elocuencia tanto en forma oral como escrita, pero evitando llegar a ser sofisticado.
No olvidemos que leer bien incluye el proceso de comprender, memorizar y exponer. Saber leer bien y cada vez más rápido es lo mejor que nos puede pasar para desarrollar nuestra inteligencia. Leer es el gimnasio mental por excelencia. En conclusión: como leemos poco y escribimos menos, se nos vuelve un suplicio hacerlo bien. De nosotros depende el practicar y aprender a escribir bien y así dominar “el difícil arte de hacer fácil lo difícil”.
https://www.elsoldelbajio.com.mx/columna/el-arte-de-hablar-leer-o-escribir-bien-que-es-mas-dificil
JUAN ANTONIO RAZO/ Escritor, consultor y conferencista/razo@desarrollointegraluno.com
ANEXOS:
NUESTRO LENGUAJE
Hablar bien un idioma significa ubicar su práctica y conocimiento en, al menos, tres aspectos esenciales: el dialógico, el intelectual y el cultural. El dialógico se refiere más que a saber hablarlo y oírlo, a conocer las reglas de conversación reconociendo que la mínima condición de todo idioma es la interacción social. No hay idioma si no hay correcto diálogo. © Razo
EL LENGUAJE. ÁREAS EN LA CORTEZA CEREBRAL.
A pesar de la cantidad de evidencia conflictiva sobre la fuente anatómica del lenguaje, por más siglos dos porciones discretas de la corteza cerebral del hemisferio izquierdo –el área de Broca y el área de Wernicke– han sido consideradas las sillas de las funciones lingüísticas. Supuestamente el área de Broca está a cargo de la producción del habla y el área de Wernicke, de su comprensión. Al margen de la discusión sobre la localización anatómica de un “modulo del habla”, no hay duda alguna de que el lenguaje es un medio de comunicación único de nuestra especie, no que sea ésta su única función.
La aparición de estas áreas, por sí solas, señala un salto evolutivo que implica un aumento enorme en la complejidad del sustrato neuronal de la comunicación animal. Existe cierto consenso en señalar que después de la evolución de la postura bi–pedestal, de un espacio supra–laríngeo y del agrandamiento de la corteza cerebral, el lenguaje surgió como un invento en las sociedades primitivas. Si comparamos la laringe de los chimpancés con la del ser humano vemos que la de estos animales está situada en la parte superior de la garganta, justo detrás de la base de la lengua, mientras que la de los humanos se ubica en la parte inferior, justo debajo de lo que se conoce como la “manzana de Adán”. La ventaja de tener la laringe ubicada de esta forma es que aumenta enormemente la cámara de resonancia formada por la garganta y la boca, permitiendo así producir una variedad de sonidos que van mucho más allá de las capacidades de los simios. Sin este alargamiento en la cámara de articulación, la capacidad de emitir sonidos hablantes perdería mucho.
Las estimaciones antropológicas sobre la aparición del lenguaje varían grandemente. Se estima que se originó entre 250 mil y 40 mil años atrás, y que, este coincide con la transición entre el Homo erectus y el Homo sapiens. A pesar de la evidencia arqueológica sobre la aparición temprana de símbolos gráficos, todo hace suponer que el habla precedió a la escritura. No hay lugar a dudas de que ambos procesos fueron desarrollándose gradualmente. El desarrollo de ambas invenciones, tanto del lenguaje hablado como del escrito, se llevó a cabo en unas comunidades más temprano que en otros. Lo que refleja la fuerte influencia ambiental sobre esta invención humana.
Rafael H. Pagán Santini. La jornada de oriente